jueves, 27 de septiembre de 2012

Bibliotecas de marfil

(Caracteres hebraicos en el hollín)

Por Juan C. Sánchez Sottosanto*

       Soy bibliotecario en una biblioteca teológica. Más específicamente, me dedico a la hemeroteca. Recibo las nuevas revistas, las indizo, inventarío, sello. Cargo sus datos en un catálogo on-line. Realizo o corrijo las analíticas de sus artículos. A veces ese trabajo se amontona, a veces se espacia. Entonces hurgo en la hemeroteca para digitalizar los datos de publicaciones más viejas o ajustarlas a las nuevas normas. Pregunto al referencista cuáles son las de más “salida” en la consulta, para darles prioridad. Me indica de tres a cuatro cada vez. 
Comienzo con una publicación altamente especializada en Antiguo Testamento, la Zeitschrift für die Alttestamentliche Wissenschaft. Al principio me parece increíble esa capacidad teutona para las continuidades. La revista se inició en 1881 y ha tenido persistencia hasta hoy. Impensable eso por estos pagos. La hemeroteca exhibe orgullosamente su colección completa: ¡131 años de erudición, criticismo, exégesis, de minuciosos estudios, quizás sobre una mera partícula hebrea! ¡Sobre un pequeño sintagma construida toda una investigación! Los más grandes especialistas pasaron por sus páginas; conspicuo es el listado. 
Hago la tarea más o menos mecánicamente. Comienzo desde lo más reciente para llegar en algún momento al glorioso y ya amarillento momento fundacional. En cierto instante, en algún rincón de mí, algo me hace “ruido” en la tarde silenciosa; no es el teclado ni la quieta oficina que da al jardín agrisado por el invierno. Miro los volúmenes que tengo en las manos: corresponden a los años ’30 y ’40 del siglo pasado. Leo el colofón: Made in Germany. Tanteo la calidad del papel: es muy buena. Me voy al listado de artículos: diferencias en tal versículo entre el masorético y la Septuaginta; aportes de la Peshitta; hermosos caracteres tipográficos góticos mezclados con hebraicos; en menor cantidad, griegos y siríacos. Pero muchos hebraicos. Caracteres hebraicos no censurados en plena Alemania nazi. Ningún problema (no falta ningún número) en la llegada de estas especializadísimas revistas a la Argentina. Sigo hurgando en el índice: sólo Antiguo Testamento, ninguna, pero ninguna, referencia al pueblo del Antiguo Testamento viviente-sufriente-muriente de aquellos días, de aquellos lares. Toda una arqueología inútil, una erudición que deja de parecerme maravillosa, que más bien se me hace macabra. Voy más allá. ¿Y si en las fábricas del papel –excelente papel- de esta revista trabajaban judíos, esclavos judíos que podían hacerse literalmente humo – un humo que esta revista ha esquivado transoceánicamente para estar empolvándose en un estante y ahora yacer en mis manos que la estudian? Hago marcha atrás, es decir, hacia delante: tomo los ejemplares posteriores a la Caída del 45. Noto cambios: el papel es pésimo, los números son discontinuos, la cantidad de páginas de cada ejemplar es menor. Miro en el índice: ninguna referencia a la Shoah, ningún mea culpa, sólo nuevas erudiciones de post-guerra sobre judíos y escritos judíos de hace siglos, hechas, como las anteriores, por eminentes teólogos cristianos. No tengo paciencia para seguir y llegar al 2012 y ver si esas disculpas llegaron algún día.  
¿Soy yo, quizás, el que está magnificando la situación? 
Pienso en Levinas y su humanismo del “otro hombre”. 
Pienso en que esta anécdota mía de un día cualquiera de gris bibliotecario me ha dejado la sensación del destrozamiento de un otro, un otro que bien pudo ser –literalmente- el propio Levinas. Rostros de millones que ignoraban cuánto se hablaba eruditamente de sus ancestros y en caracteres-hebraicos-no-censurados desde torres de marfil con bibliotecas innúmeras, mientras la muerte acechaba, más cotidianamente que nunca. 
 
*Bibliotecario, sociólogo, maestrando en teología, escritor y buscavidas. 

Nota Bibliofónica

¿Qué es eso que en la literatura bibliotecológica -plagada de lo que Unamuno llamó, con ibérica causticidad, tecniquerías- se denomina análisis documental? Véase Orera Orera. Véase López Yépes. Véase Guinchat y Menou. Véase cualquiera de los manuales de bibliotecología citados como vademécums en los programas de asignaturas introductorias a las Ciencias de la Información y la Documentación.  
Las definiciones aportadas por esos autores valen menos por sus diferencias que por lo que tienen en común: todas asumen el documento como una entidad en sí, completa y acabada, para la cual existen detallados estándares de descripción.  Ninguna enseña al bibliotecario a ir más allá del documento. A ver la historia que lo empapa, lo impregna, lo contamina, lo ensucia, lo vuelve un cuerpo vivo que habla, o susurra, muy bajo, con un agónico hilo de voz que se pierde entre los estantes.  
Nada que reprocharle, por supuesto, a Orera Orera, a López Yépes, a Guinchat y Menou. Sus manuales no pretenden ser más que manuales. Enseñan a interpretar los signos de una partitura, no a escuchar la música. Es el bibliotecario, el analista, al fin de cuentas, quien puede aguzar el oído. Aunque la música que escuche sea un aria monstruosa, un eco del horror, una minuciosa bitácora del infierno.  
Agradecemos a Juan Carlos Sánchez Sottosanto por el texto que sigue, y que ilustra mejor los balbuceos de esta introducción bibliofónica.